25 momentos de violencia

MARTES

Memoria de los mares

El viejo Rogelio Sinán (1902-1994) es todavía el monarca absoluto de la literatura panameña contemporánea. Reina en solitario y en guayabera desde su trono de salitre de Taboga, la isla donde nació. Pero hay muchos autores de ese país que trabajan todos los días con acierto para darle carácter a sus dominios privados. Manuel Orestes Nieto (Panamá, 1951), con una docena de libros de buena poesía, es el más sobresaliente.

Su obra es una colección de cuadernos de poemas que prepara con vocación de arquitecto, y que dibuja un Panamá noble y coherente en el que la gente, aunque sepa que no es el estrictamente verdadero, quiere mudarse a vivir. Nieto quiere que los lectores sientan que son parte de la historia del país. «De los años vividos, de los hechos que ocurrieron, de la matriz que nos formó tal como somos: plurales, diversos, entremezclados», escribió.

Esa dedicación, ese amor a la tierra que habita le ha ganado el peligroso título de poeta patriota, pero el peligro de esas definiciones no daña la poesía. Perjudica al autor si se lo cree.

Nieto es el poeta panameño más reconocido en otros países de la región. Ese despliegue tiene que ver con su oficio, su dedicación y su talento. Sus versos, coloquiales de los años 70, se han convertido en estructuras formales más complicadas y misteriosas hasta alcanzar una voz única, como decía otro poeta de por allá, una contraseña para poder hablar con las estrellas.

El autor de Dar la cara, El mar de los Sargazos y Nadie llegará mañana, dice que ahora que lleva casi medio siglo en el uso de la palabra lo que hace al escribir es vaciar un lenguaje que ha madurado. Ya no combate con la palabra, la batalla es con los temas. Lo que quiere es una poesía que «tenga estética y ritmo interior».

El poeta panameño ha ganado cinco veces en 40 años el premio Ricardo Miró, el más importante galardón literario de su país. No deja de escribir poesía allá, en aquellos mares donde vive, entre otras cosas, porque ha confundido el agua con un pergamino.

Dice que escribe año tras año y que a cada libro terminado le sigue otro pensado. «¿Se quedará seco el pozo de la palabra donde he bebido?», se preguntó. «Confío en que no y que solo la muerte me detendrá» Estos versos son suyos: Créeme: hay un mar dentro del mar / Una planicie del pastor y la hierba / el ave y la semilla. / Un horizonte vegetal de esmeraldas y cristales,/ flotando en un plato de porcelana y sol. / Una ilusión de magnolias y lirios/ en aromas de albahaca y canela... / Una copa de agua sin fondo».

MIÉRCOLES

Vivir puede matar

Como todo en la vida vuelve a pasar cuando se escribe y regresa a la realidad cada vez que alguien lo lee, la antología Sólo cuento IV, publicada en México con una selección de autores de Hispanoamérica y España, pone a los lectores frente a un tema único que en ese país centroamericano es parte del dolor y del castigo diario: la violencia.

La antología, preparada por el ensayista Eduardo Antonio Parra, incluye piezas de José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, José Agustín, Roberto Ampuero y Rafael Pérez Gay. Aparecen piezas de autores españoles como Cristina Fernández Cubas y Vicente Luis Mora y del cubano Ángel Santisteban, actualmente encarcelado en su país.

Los cuentos escogidos por Parra se agrupan en seis secciones temáticas: Íntimos infiernos, El camino de los sentimientos, Bajo el mismo cielo, Vivir puede matar, En otra dimensión y Realidades ocultas.

A la hora de pensar en el libro, editado por la dirección de Literatura de la UNAN, no hubo una intención original de preparar una colección de relatos sobre la violencia. Los editores se propusieron «reunir un conjunto de cuentos en lengua castellana, de autores vivos, en plena producción, cuya calidad fuera excepcional».

«Borges dice que imaginar un argumento es tarea fácil; escribirlo, en cambio, es una exageración. Celebro que los 25 autores que participan [con sus obras] hayan optado por este exceso», dijo Rosa Beltrán promotora de la antología.

MIÉRCOLES

Escritores y ciudades

Uno de los autores más reconocidos de Ecuador, el narrador Javier Vásconez (Quito, 1946) se considera un fundador sentimental de la ciudad donde nació, como Jorge Luis Borges inventó a Buenos Aires, James Joyce a Dublín, Proust a París y Juan Marsé a Barcelona.

Lo dijo esta semana mientras hablaba de su novela La otra muerte del doctor con el periodista José Hernández. El escritor reconoce que en su obra no aparece Quito nombrada de manera explicita.

Se mencionan zonas y puntos conocidos. Sin embargo, dice que «hay otro elemento que es muy característico de Quito en mis narraciones: la lluvia, como un cristal que empaña, que separa la posibilidad de verla tal como es. Eso le da un toque un poco brumoso, romántico. Pero también en el Quito de mis libros hay homenajes a otras ciudades, a otros escritores. A la Barcelona de Juan Marsé, a la Santa María de Onetti»..

Vázcones publicó Ciudad lejana, su primer relato, en 1982. Ha escrito siete novelas.